En el número 6 de la Revista Cultural «Hasta el Tuétano se publica un artículo que he escrito y que os reproduzco seguidamente. Espero que os guste:
«Para un escritor escribir es como respirar. No escribes para ganarte la vida, aunque algunos se la ganen, escribes para explicarte el mundo, escribes porque no estás bien, porque hay oscuridad en tu interior y deseas iluminarla con la mirada de otros.
Mi primer libro fue un diario, lo comencé a los diecisiete años, pero mucho antes ya escribía, poesía, historias… La verdad es que todo empezó en la cama. Durante mi infancia sufrí catorce operaciones, y durante semanas y meses no podía moverme de la cama. No había ordenadores, ni teléfonos móviles y tampoco televisión en aquellos fríos y blancos hospitales. Solo ese techo inmaculado donde proyectaba mis historias. Historias no escritas que me llevaban a lugares recónditos, que me permitían amores imposibles o esquivar peligros surrealistas. Ahí nació la escritora, aunque en ese momento aún no lo sabía.
Delante de una hoja de papel, siempre poesía, vivencias, ausencias y un tema recurrente durante toda mi vida: la muerte y ese Dios justiciero con la especie humana. La pérdida que coarta, frustra y aliena, el desconcierto de vivir a ciegas, con una única certeza: ese final común e inexplicable.
Aunque empecé a estudiar la carrera de Derecho muy pronto la deje y comencé a trabajar en una Agencia de Prensa. Sin embargo lejos de acercarme a mi vocación: ser escritora, me alejaba cada vez más. El periodista acaba con el escritor. Yo he necesitado más de un año “sabático” sin escribir para ningún Medio de Comunicación, para reencontrarme con esa joven que sueña, imagina y crea. El periodista necesita la verdad, exige la verdad, cree en ella y le obsesiona. Al menos la periodista que yo era. Frases cortas, pocos adjetivos, titulares directos e impactantes… ¡qué lejos de la literatura!, de la riqueza del lenguaje necesario para escribir una buena novela, la reflexión o el pensamiento. El periodista es un vehículo, una herramienta, el hilo conductor… el escritor es un hacedor, un mini Dios que modela el mundo, a veces tirano, a veces sentimental, siempre llenando vacíos.
La periodista que hay en mi me decía: “escribe la historia corta, retrata el segundo, explica porque sucede hoy, deja el mañana, deja el pasado. Además ganas dinero, a veces mucho dinero, aquí eres alguien, te conocen, viajas, te dan premios, para que quieres cambiar, empezar de nuevo a estas alturas…”, y me convencía, quizá porque tenía miedo a no poder ser quien soñaba ser.
Pasé de la Prensa del Corazón a la Prensa Gastronómica por una curiosa carambola justo en plena burbuja y sobredosis de contenidos culinarios en los Medios. Cocineros como Juan Mari Arzak o Ferran Adrià abrían los telediarios cada día.
La periodista que vive en mi seguía vigilándome y se daba cuenta de que cada vez que escribía una receta quería dejarlo, me aburría, me cansaba y estaba dispuesta a tirar la toalla. Por eso me susurró al oído: “escribe libros de cocina, incluso con alguna cosa más: historia, literatura… lo que quieras” –se mostraba conciliadora- y así lo hice, era más fácil y más cómodo. Conocía a mucha gente, tenía prestigio, llevaba muchos años, había hecho programas de televisión de cocina con personajes, dirigía una revista gastronómica digital, colaboraba en alguno de los principales programas de radio, era una “estrella”.
En mis libros vestí lo mejor que pude la parte más cotidiana de familias, dinastías y temas antropológicos, llevé al lector al interior de la vida de personajes interesantes y les mostré como eran, como vivían, como se comportaban cuando no tenían filtros: en sus casas.
Y empecé a publicar libros gastronómicos como “La cocina de la Casa de Alba”, “La cocina de los Borbones” o “La cocina gitana de Matilde Amaya”. A los que siguieron “Los secretos de la cocina del Vaticano”, algunos encargos como guías turísticas y gastronómicas e incluso en medio de la publicación de estos libros, escribí otros como la biografía autorizada de “Irene de Grecia” La Princesa Rebelde. También de recetas puras y duras, que son los que mejor se vendieron, como “No hagas zapping, haz la cena” o “Cocinar con brasas”. Curiosamente los libros más sencillos eran los que tenían más aceptación. Con el del Vaticano, el editor me llegó a decir que era demasiado denso. En España no tuvo buena acogida, aunque llegó a editarse en Bielorrusia.
Comenzaron a llegar los premios y reconocimientos, y ella, persistente, me susurraba: “Ves, este es tu camino” pero en realidad su razonamiento era como el de esas madres que ante el deseo de su hijo de ser astronauta o presidente del gobierno, le dicen: “muy bonito pero mejor estudia algo práctico por si no llegaras a conseguirlo” (lo que estaba segura pasaría).
La carrera de una escritora es mucho más que escribir. Esa parte de exposición a los lectores en ferias, redes sociales o Medios de Comunicación la detesto. En una ocasión un editor me dijo: “si quieres vender libros tienes que salir en la televisión”, y es cierto, vendes más, la gente te conoce y tu autoestima mejora, pero todo es falso. El ego es como un agujero negro, insaciable. Yo prefiero no alimentarlo, aborrezco esa parte de mí que necesita ser reconocida en cada momento, y para huir de esa tendencia, prefiero no ser nadie, actuar como nadie y aislarme.
Mi huésped, me está hablando justo en el momento que escribo estas líneas: “fracasarás, te hundirás aún más y todo por buscar un imposible”. Sabe que ya he tomado la decisión, que me estoy despidiendo, comenzando por las grandes revistas a las que he abandonado, después con la radio y la televisión a la que ya no voy nunca. Es curioso porque la relación con la visibilidad se parece a las relaciones amorosas, no se sabe bien quien deja a quien. Me estoy despidiendo, y sé que me falta un libro para salir por la puerta grande, y entonces llega Leonardo.
Y me hago la pregunta. En mi vida todo ha comenzado siempre por una pregunta: ¿es este hombre con el que quieres pasar el resto de tu vida?, ¿esas personas realmente te interesan?, ¿es la madre Teresa de Calcuta como todos dicen que es?, ¿y el Dalai Lama?, ¿que se sentirá en la Isla de Pascua, el lugar más aislado del mundo?, ¿como es y ha sido la vida doméstica del Vaticano… o como era Leonardo da Vinci, su época, su vida…?
Y esta ha sido mi despedida de la gastronomía (al menos eso he intentado): el libro “En la mesa con Leonardo da Vinci”. Para escribirlo viajé a Vinci y lloré en el puente, en la zona baja del pueblo, que mira a los viñedos, visite la casa donde nació en Anchiano, conocí el lugar donde aprendió a dibujar: el taller de Verrochio, admiré en la Biblioteca Ambrosiana las bellas páginas del Códice Atlántico y disfruté de algunas de sus obras más emblemáticas, la mayoría inacabadas como el Bautismo de Cristo en la Galería Ufizzi. Disfruté de la sobrecogedora Última Cena en el cenácolo de Santa María de Graze en Milán, la única pintura de Leonardo da Vinci que incluye alimentos.
Con este libro, me reconcilie con ella: la periodista que llevo dentro. Estuvimos en sintonía, ella averiguaba los datos y yo imaginaba ese mundo renacentista de Leonardo, le imaginaba vestido de rosa conversando animadamente en la plaza de la Señoría en Florencia, pintando “La última cena” sin apenas comer y beber y vigilado por el sobrino del prior de la Orden de los Benedictinos. Le imaginaba en su taller disponiendo los cuencos de fruta de la forma más bella posible, diseñando los artilugios para extraer el oro líquido de los olivares de la Toscana o el vino de Fisiole, que con tanta rectitud exigía se produjera. Recree su mundo, su mesa, sus casas taller, su personalidad, sus frustraciones, sus amores y sus pasiones, tan mundanas y tan creativas, porque difícilmente se puede ser tan grande sin disfrutar de la vida como lo hacía él, sin exprimir cada gota de existencia hasta el éxtasis.
Presenté el libro a lo grande en la embajada de Italia, llegaron las Navidades y competí en ventas, de nuevo, con el libro de Arguiñano, que es el mismo cada año, y gano él, por supuesto. Seguí luchando para que todo el mundo pudiera conocer a “mi Leonardo”. Organicé un programa de presentaciones, sola, como siempre, ya que las editoriales luchan poco o nada por los libros, se han convertido en imprentas. Si vendes mucho te ponen la alfombra roja, si vendes poco, te abandonan y pasan al siguiente. Y justo a punto de comenzar la gira promocional… llegó la pandemia.
Un tiempo de desierto siberiano para la creatividad. Nunca antes he tenido más horas libres para escribir y nunca antes, durante meses y meses había escrito menos. Ha sido y es una época buena para el pensamiento, la introspección y como dirían los expertos: el desarrollo personal.
En definitiva, con la pandemia he despedido definitivamente a la periodista que me lleva chupando la sangre cuarenta años. Ahora quiere tentarme con artículos que me piden (es la primera vez que me sucede) en un periódico digital, pero sigo firme, tengo mi hoja de ruta y aunque la gastronomía siempre tendrá un lugar destacado en mis obras, ya no será nunca más la protagonista (si puedo evitarlo) y quizá fracase, o lo que es peor, pase desapercibida con mi primera novela, poemario u obra de teatro, pero no importa. Seré la reina de mi propio ostracismo, seré la dueña de mi hambre y seré libre para no ser nadie, tan sólo, una escritora».